El viaje confortable de uno mismo enfrentado al viento... más quieto... más calmado ...

El viaje confortable de uno mismo enfrentado al viento... más quieto... más calmado ...
Ayer fue un día de protestas generalizadas, ya fuera por trabajar o por ejercer el derecho a la huelga. Hoy es día de análisis.
Yo siempre he sido más de escenas, de sentimientos y de historias personales que de números y estadísticas. Decía un amigo mío que “las ciencias sociales solo se encargan de deshumanizar a los miembros del conjunto que estudian para transformarlo en porcentajes, en ecuaciones”. En definitiva: en “crash test dummies”: esos muñequitos que puedes hostiar mil veces para comprobar la seguridad de un coche porque ni sienten ni padecen.
Salvo las" Torás" del fútbol, imagino que hoy todos los diarios abrirán con las crónicas de la huelga. Al final, casi las mismas en todos los medios: Madrid y Barcelona, si acaso un sobrevuelo por Asturias, por eso del seguimiento masivo y poco mas. Imagino también que en sus paginas uno se podrá hartar a leer los números que hacen unos y otros (según varemos ideológicos) y, por supuesto, también habrá opiniones para todo los gustos sobre los sindicatos mayoritarios- A la sazón, convocantes de la huelga.
Para que nadie se equivoque, soy de los que piensan que (salvo en contadas regiones de fuerte sentimiento nacionalista) se ha sustituido el sindicato único por un doble sindicato, inflado muy a pesar del contribuyente y empoderado por la acción/inacción de sus demasiados liberados. Por lo general, una recua de vagos que anteponen sus intereses personales a los derechos de la clase que se supone deben defender.. La clase que, precisamente, les otorga sus privilegios. Pienso que han perdido la perspectiva y pasan demasiado tiempo mirándose en el espejo de partidos e instituciones, en lugar de mirar hacia el “españolito de a pie” (si no lo pongo reviento). Pienso que llevan demasiado tiempo navegando en un espacio que no es el suyo; que están desclasificados y que cada día el viento les lleva más y más lejos de las bases, de nosotros los curris.
Dicho esto, mi compañero Aritz Intxusta y un servidor, ya dejábamos caer la semana pasada en GARA el triste hecho de que estos sindicatos podrían estar apropiándose de la lucha del sector de la minería del carbón. Una lucha espontánea, un brote de rabia y de protesta nacida en el pozo Velilla del Río Carrión en Palencia, y seguido inmediatamente del pozo de Brañuelas en el Bierzo (León). Un grito ahogado rápidamente bajo las siglas CC.OO y UGT y que, pese a todo, corrió como la pólvora, a lo largo y ancho de los valles mineros afectados, sobre todo aquellos que dependen de la minería privada, la minería de la Puta y el Rufián, la de Alonso y Viloria (tanto monta...).
Ayer, tras 200 kilómetros caminando, cerca de 200 mineros culminaban la “Marcha Negra” por el futuro del carbón en León. Llegaban allí para coincidir con la manifestación de la huelga general, lo que ya daba que pensar. “Lo hacen para diluir nuestro problema y apropiarse de nuestra acción” denunciaba ya algún minero seis días atrás, en Toreno, casi al inicio de la marcha. Lo que nadie iba a pensar es que se intentara hacer de una forma tan burda y humillante como la que ayer tuvo lugar. Con los primeros pasos de los mineros sobre la capital castellana los lideres de las organizaciones sindicales ya mencionadas trataron de negar a estos mineros su merecido puesto de privilegio en la manifestación que recorría la ciudad, de ningunearlos a ellos y a su lucha en un sibilino intento de apropiarse de los aplausos que estos doscientos hombres han arrancado de cada pueblo por el que pasan, de su sudor, de su hambre, de sus llagas de 7 jornadas a pie. Como no pudo ser de otra forma, los paisanos del carbón aún tuvieron fuerzas para encararse a los lideres sindicales y, en román paladino, mandarlos a tomar por el culo para hacer su propia marcha. Esta si, vitoreada por las calles de León.
"¡No queremos nada de vosotros!¡Largaos!", espetaba un minero a un fulano de UGT. Ayer, por fin, mineros y sindicatos mayoritarios marcharon cada uno por su lado. Ya era hora de dar la espalda a la gran chapuza sindical ibérica.
Ayer me acerqué a conocer la situación de los mineros encerrados en la mina del Abuelo (creo que se llama así) en Velilla del Río Carrión, provincia de Palencia. Tras 28 días de encierro en el interior del pozo sus rostros, como es lógico, reflejaban cansancio.
Uno, que a veces es imbécil y no sabe sumar, piensa en ese instante que esos gestos sudorosos de rabia contenida, que esas miradas puestas en la pared negra como si fuera un infinito, acabarán por recomponerse una vez se haya dado solución al conflicto del carbón.
Hoy, mientras edito el trabajo realizado al lado de estos mineros de Palencia, León y Asturias, no salgo de mi asombro al comprobar la cantidad de imágenes que reflejan ese cansancio del que hablo.
¿Será regusto amargo del que se sabe aniquilado?
Uno de los mineros encerrados lee en el interior del pozo. Velilla del Río Carrión (Palencia)
Leogane- Mujer carga con madera en uno de los camos de desplazados a las afueras de la ciudad
Port au Prince 20/3/2010- Bien está lo que bien acaba, dice la sabiduría popular de mi tierra.
Son ya unos cuantos días los que llevo en Haití y ni las fuerzas, ni el dinero, me acompañan ya a estas alturas como para seguir machacando sobre el mismo tema. Es hora comenzar a extraer conclusiones de esta experiencia que, a bote pronto, puedo decir me ha hecho sentir infinitamente más humano de lo que me sentía antes de posar los pies aquí.
En este tiempo, he visto con mis propios ojos lo que la fuerza de la naturaleza es capaz de desatar, también he visto al insignificante ser humano significarse a base de tesón, de fuerza y de orgullo. He podido comprobar por mi mismo que Haití pelea por renacer, a pecho descubierto, con sudor, con sangre, en carne viva, pero ya sin lágrimas. Esas se secaron hace tiempo. He visto un pueblo que no deja de regalar buen trato para aquellos que caminamos por el mundo con humildad. También lo he visto correr a collejas a algún capullo del gremio, de esos que llevan por bandera sus aires de grandeza y el último modelo de Canon por duplicado (Aún debe estar corriendo por Leogane, el pobre infeliz)
Se me suman las experiencias y los recuerdos: los niños del orfanato y la sonrisa -ahora ya si eterna- de aquel niño llamado Dimitri; los gritos y los aullidos del manicomio, los rostros caídos, las miradas perdidas; también las niñas que juegan, sin quererlo, a ser mamas en la improvisada maternidad al aire libre del Hospital Universitario; el estadio nacional lleno hasta la bandera de tiendas de campaña, las patrullas, los helicópteros, los “Humbies”, las ametralladoras, las melés y la histeria por un saco de arroz... son tantas cosas en tan poco tiempo que uno no sabe como cojones empezar a poner orden para dar significado a todo esto.
Supongo que el tiempo, la distancia y todo lo que queda por trabajar en mis fotos me darán la templanza necesaria para poner cada cosa en su lugar: al margen del primer impacto, de las sensaciones y de los sentimentalismos. Hoy ya solo puedo pensar en como amortiguar el duro golpe que siempre me supone aterrizar en ese Madrid superficial, donde hablar de piercing, de tatuajes, de “allstar” y del corte del perico hacen de uno un intelectual.
En fin, que aquí estoy otra vez armando el equipaje con un fardo de tristeza en el doble fondo de la maleta; pues yo me voy y aquí se queda, esta tierra de colores vivos, sabor agridulce y olor acre.
Adieu Ahití!!
Puerto Principe 18/3/2010- Es increíble como uno puede llenarse de certezas y a la vez de contradicciones cuando trata de entender una realidad completamente extraña, cuando decide emplear su tiempo en acercarse a lo ajeno sin más filtros que uno mismo.
Llegué a Haiti hace doce días, convencido de que la labor de la mayoría de los “periodistas” había sido, como poco, errónea; y cuando no malintencionada, parcial, egocéntrica y sensacionalista. La intención, era salirme de esa realidad cuadrangular de las crónicas de 50 segundos en las que siempre se buscaba -como si fueran espontáneos- un fondo trágico y un contexto de violencia, en la que el pueblo haitiano, poco más o menos, venía a ser una manada de violentos “chimeres” salidos de la nada; "Gansta" del hampa de Port au Prince que aprovechaban la dolorosa circunstancia para retomar el poder que un día les diera el iluminado de Aristide. La verdad es que, a falta de otras realidades, llegaba a este país cagado de miedo. Para qué engañarnos.
Como digo, ya llevo un tiempo aquí y, pese a que he visto rifirrafes y pedradas por ver qué grupo se pone a reciclar en tal o cual edificio destruido (hace un mes hubieran sido "bandas de saqueadores en violenta disputa"), pese a que se que la violencia se hace endémica cuando se llega a estos niveles de pobreza; la mayor, marca que el pueblo haitiano es un pueblo pacífico, accesible y dotado, además, de una fuerza sobrenatural y una vasta y profunda cultura suficientes para sobreponerse a una historia marcada desde los inicios por las dictaduras, la corrupción y los desastres naturales. También he visto a un pueblo dócil, tremendamente inculturizado y así mantenido pese a, y también por, la ayuda y las injerencias extrageras; pues sus gobiernos se dedican favorecer el orden desigual establecido a base de hacer como que no están.
Así que esa confusión fruto del tiempo y de la curiosudad, se torna en rabia y la mala sangre cuando uno se para a pensar en que los grandes males de esta sociedad no pasan por el terremoto del día doce, si no por todo aquello que se ha venido incubando desde hace mucho tiempo atrás. Es la rabia lo que le asalta a uno cuando se para pensar en la gran estafa mediática que nos hemos tragando durante todo el mes siguiente al día 12 de enero. Rabia; rabia y vergüenza, son lo que vienen cuando uno considera que este oficio ha perdido su vocación de servicio público y olvida (o hace por olvidar) que “la perla de las Antillas” sigue aquí, con sus mismos males, con su misma mierda, con la más antigua: distinta y más jodida, eso si, desde que aquella tarde de enero, la tierra decidió que Haití tenía que volver a ser visible.
¿Tendremos que esperar a las lluvias próximas para volver a ver una crónica desde aquí? Mucho me temo que si, y que además volveremos a tropezar en la misma puta piedra.
Puerto Principe (Haiti) 14/3/2010- El viernes se cumplieron dos meses desde que un seísmo hiciera retroceder a la sociedad haitiana al pleistoceno. Hoy es domingo y apenas son las 8 de la mañana. A mi habitación entran sigilosos los cánticos de las iglesias próximas. Guitarras y dulces coros de ángeles negros sobre vuelan Puerto Príncipe, hoy de forma más ruidosa y constante que los helicópteros de las Naciones Unidas. Escucho los cantos y me resulta tan difícil de creer en la fe que este pueblo tiene depositada en esas cosas intangibles e inefectivas como lo son dios, la ONU y la solidaridad desinteresada.
Ayer salí a caminar por Puerto Principe. En uno de los laterales del Palais National, cerquita del descompuesto Hospital Universitario, se arremolinaba una gran numero de haitianos, algunos frenéticos y otros más calmados, entre el tumulto pude distinguir el uniforme de algún marine y sus voces anglófonas tratando de poner orden y de mantener a raya a todos aquellos que, con las mejores intenciones, trataban de acercarse al último edificio desplomado. Uno de tantos y el sepulturero de las últimas cuatro vidas causadas por el seísmo.
Y es que son muchos, cientos de miles, los haitianos que han decidido empezar a reciclar todo aquello que es útil de los edificios destruidos: bigas, ladrillos, picaportes...lo que sea. La total ausencia de materiales de construcción y las condiciones en las que viven unos 600.000 haitianos, unidas a la cercanía de la estación de lluvias, hacen que la gente se ponga manos a la obra, sin medir ni reparar en ninguna seguridad ,para intentar sacar algo de provecho de este enorme campo de sal, de esta tierra quemada.
“Muchas veces, sabemos que nos jugamos la vida, pero esperar a las lluvias hacinados en una tienda de campaña es mucho más peligroso” afirma Henry, uno de tantos y tantos haitianos que se pasa las horas de luz reciclando sobre los escombros.
Puerto Príncipe (Haiti) 12/3/2010- A veces la vida es divertida y no hay que darle más vueltas. Puede serlo cuando todo va bien y también cuando la realidad que te rodea, simplemente, apesta.
Puerto Príncipe es aún una ciudad sumida en el caos, y si bien es cierto que aquí todo empieza a renacer, que la gente se ha echo a la rutina de los escombros; que si no se puede poner el puesto de fruta bajo el porche porque ya no hay, se pone en medio de la carretera. También es cierto que a las carencias que ya tenia este país, se unen las carencias dadas por la tragedia del día 12 de enero. Miles de personas vagan por la calle sin mucho que hacer: arreglan sus tiendas de plástico en su campo de desplazados, hacen cola en los hospitales de campaña, cocinan en improvisados fogones, reciclan materiales de los escombros o intentan sacarle los cuartos al blanco de turno, obviamente.
Tras visitar el descompuesto hospital universitario y el manicomio de la capital, ayer, decidí acercarme al estadio nacional, recinto que alberga uno de los campos de desplazados mas grandes de esta urbe atormentada. La entrada esta tomada por una misión médica de la Rep. Popular China. Apenas tres o cuatro tiendas donde hay todo un hospital de campaña. Frente a estas, un gran toldo y unos bancos donde mujeres, ancianos y niños haitianos esperan pacientemente su turno para la revisión. En mi cabeza aún resuenan los ecos de los lamentos del hospital, las imágenes dantescas del psiquiátrico se han quedado prendidas en mis retinas y no me atrevo a imaginar, como sería mi vida siendo uno más de los que me rodean. A veces, lidiar con esto y dejarlo más allá de mi armadura se hace cansado.
Me escondo detrás de la cámara y empiezo a ametrallar, casi sin sentido y como loco, por escaparme un rato de mis pensamientos: huyendo con un petardo en el culo de las imágenes ya tomadas tomando otras nuevas, echándole más leña al fuego, si se quiere. Mi ojo derecho, el del visor, se clava en un par de ancianas sonrientes y me acerco a ellas, sigiloso. Al levantar la mirada lo entiendo todo. Entiendo su expresión corporal, la levedad de sus gestos, su sonrisa, sus arrugas en los ojos, su alegría ¿Qué coño pinta una china con su micro a lo Madonna cantando y enseñando tai-chi a unas decenas de desplazados?
Pues eso, sacar unas cuantas sonrisas. También la mía
Leogane (Haiti) 7/3/2010 Dimitri tiene seis años, llegó al orfanato ni se sabe cuando. Era pequeño, muy muy pequeño, y lo sigue siendo. Si nos dejáramos llevar por la estatura, podríamos pensar que, como mucho, tiene 4. Su cara es redonda, también su barriga, coronada por un tremendo ombligo que parece se quisiera escapar lejos, bien lejos: lejos de Dimitri, lejos del orfanato, lejos de Haití.
Dimitri se levanta por la mañana, me ve caminar entre los escombros -ya echando humo de cigarros - con la cámara del hombro. Se acerca, me mira y me toma la mano. Me fijo en sus pestañas y casi hacen un rulo, unos ojos negros (infinitamente negros), una nariz llena de mocos y una boca pequeña que deja escapar una tenue voz; casi un susurro: “ douche, douche”
Dimitri tirita cuando vuelcan el cubo de agua sobre su cabeza. Salta y patalea sobre el charco de 30 duchas más. Otro de los niños le enjabona con cuidado, con mucho mimo, casi una caricia.
Dimitri sonrie...