miércoles, 19 de enero de 2011

La pipa del Sr. Brabo

Juan Antonio Brabo es mi abuelo por parte de madre y el último que me queda. Es un hombre tranquilo de 88 años, al cual le comienza a fallar la vista seriamente y, desde que tengo uso de razón (puede que antes) arrastra con él una sordera que -entre bromas familiares- es su gran excusa para escuchar solamente aquello que le interesa.

Desde que mi párvulo cerebro empezó a forjar su imagen como reconocible ha sido un viejo afable, de voz cálida y bien pulido acento maño. De gran fortaleza física y ojos grises, de mirada brillante y párpados agrietados... de amor incondicional para sus nietos y puñetazo en la mesa para con los demás. De cabeza despejada e ideas claras. Fumador indómito y buen historiador de sus historias, recuerdo escucharle de crío, siempre obnubilado y atento al humo que deshilachaba su pipa de maíz.

Sus aventuras más preciadas (o las mías, que todo puede ser) siempre han sido las de caza y pesca: pequeñas aventuras de jara y sedal que ahora evoca con más nostalgia aún. Su mirada parece buscar en cada pausa aquel tiempo en el que se desenvolvía por el monte como una célula más. Entre resacadores y sabuesos, entre rifles y grifones. Como una hoja: discreto en el puesto mientras la cuadrilla empuja al bicho hacia aquel tiro siempre certero, o no. Pues mi abuelo, como todo buen narrador, difumina a la perfección ese trazo que separa la realidad de la ficción.

Seguramente hoy, como en cada despertar, habrá hecho su gimnasia. lánguido y largo sobre la alfombra que hay junto a su cama, con su “calzón mariano” hasta el tobillo; y torpe, pero con mucha voluntad. Su cuerpo habrá empezado a flexionarse, como crujiendo, mientras lleva la cuenta por lo bajo y sus aparatos para los oídos comienzan a pitar en un ir y venir de agudos atroces. Seguramente se habrá sentado a la mesa con su café y su magdalena y, tras esto, habrá cargado la pipa con “Borkum Reef”, dándole una bocanada soberana y dejando su rostro desdibujado entre la primera nube de humo aromático de cada mañana.

Mi abuelo y su eterna nube. Esa que, desde pequeño, aprendí a seguir con la mirada, pues nunca se sabe cuando será la última historia del Sr. Brabo.


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