viernes, 19 de agosto de 2011

Requiem por un campesino hondureño

Aviso a navegantes: Con lo vivido en mis 72 horas en el conflicto agrario del Bajo Aguán (departamento de Colón) he escrito lo que me ha salido de los cojones. Lo que pienso que pudo suceder aquella mañana en base a los testimonios recogidos sobre el hecho que a continuación se narra.

La familia Amado (así los llamaré sin ser este su apellido) es una familia de campesinos de la ribera del río Aguán, en el departamento de Colón. Como casi todos aquí, son familia pobre. Ser campesino sin tierras no da para mucho. Sobrevivir y poco más.

Cuerpo sin vida del campesino de 17 años muerto a tiros por los sicarios del terrateniente Facusé

Es domingo a la mañana, Walter y Juan se dirigen con miembros de su cooperativa a ocupar unas tierras cercanas a la comunidad de Panamá. Botas de trabajo, los malayos afilados para cortar la palma africana y los machetes enfundados hasta la hora de chapear la mala hierba. Algún revolver y un par de escopetas en manos de los más veteranos tratan de dar seguridad al grupo. Todavía es oscura la madrugada y el sol aún no despunta sobre las cumbres que rodean el valle. Si acaso un tenue haz de luz anaranjado y la brisa fresca que arrastra el río a esas horas, avisan de la proximidad del alba a la cuadrilla y a los dos hermanos.

Marcas de disparos sobre la oficina donde dormian os guaruras de Facusé

Todo es silencio al pasar cercanos a la caseta de los sicarios del Terrateniente Facusé. Los “guaruras” desalmados cobran por contrato, pero hay paga extra por cada barba campesina que se afeita. Barbilampiños aún los dos hermanos, saben que ese no es problema para que le arranquen a uno la vida de uno o varios balazos.

Suena el crujir de una rama,
rasga la noche un disparo…
Comienza la “balacera”:
cuerpo a tierra y contra el fango.
Los “guaruras” no perdonan,
cae el pequeño de los hermanos.

Disparo fatal en la espalda,
otro en el antebrazo,
otro más en la entrepierna
y el mortal en la cabeza,
para dar muerte certera
al menor de los Amado

Familiares del campesino asesinado durante el velatorio del cuerpo.

“¡Guaruras, hijos de puta!
Que se han llevado a mi hermano”.
Juan desenfunda el revolver
y dispara a bocajarro.

"Escapa de prisa Juan,
nos están acribillando”,
le grita otro campesino
mientras le agarra del brazo.

Carreras y más carreras,
entra el aire entre cortado,
comienza otra cacería
sobre esos pobres diablos.

Los unos rompieron filas
y se escapan río abajo,
los otros suman patrullas,
metralla, rifles de asalto…

Ya se acercan, les dan caza,
cuando inesperada ayuda
les llega por los costados.

Los campesinos del Alto
que alertados por el ruido,
ya preparan la emboscada.

“Ahora guarura cabrón, e
res cazador cazado.
Ahora guarura cabrón,
mueres tu como las ratas”

Familiares y amigos del campesino asesinado portan su féretro.

Amanece en Marañones, con el eco de la balacera aún en los oídos. Doña María hace tortitas para el desayuno. Un poco de plátano y unos frijoles, manteca, quesillo y café son el desayuno para Don Manuel Amado, que aún cojea de una pierna y no puede incorporarse al trabajo esa mañana. Suenan dos golpes secos contra la puerta de su “champa”. El correo trae muerte esa mañana.

Nada se sabe Juan,
escapó hacia la montaña.
Si de Walter, por desgracia,
que los ha dejado solos,
para siempre y por las bravas.

“¿Diosito que te hecho yo?
¿Como es que tu así me tratas?
Primero me quitas tierra,
hoy me arrancas las entrañas”

Madre del campesino asesinado se desploma durante el entierro de su hijo.

Sube el féretro en la paila
camino del cementerio.
El cortejo huele a angustia
y entre susurros el miedo.

No hay policía que venga,
tampoco los militares,
preparan con los guaruras
asaltos en más lugares.

lunes, 8 de agosto de 2011

Crónica de una perdida de tiempo.

Vista de uno de los barrios de Tegucigalpa desde la terraza de dos expatriados


Me dijo un compañero hace tiempo que en este trabajo, uno se pasa el 60% del tiempo sembrando, el 35% esperando la cosecha y el 5% restante echando los frutos al cesto. ¡Qué razón tiene!

Tras 26 horas de viaje, después de que Iberia (sumergida) me aplazara el vuelo por dos días, y tras hacer escalas en Madrid, Ciudad de Guatemala y San Salvador, creo haber aterrizado en Tegucigalpa. Sería puta hora…digo yo.

Como no es oro todo lo que reluce y, además, bien sabido es que al caerse la tostada siempre lo hará por el lado de la mantequilla. Los primeros inconvenientes han surgido nada más aterrizar. El coche de la ONG que me tiene que llevar a la provincia de Choluteca (donde espero comenzar mi reportaje), está en el taller. Así pues: dos días de descanso (que no vienen mal), rascada de faba y a conocer la capital Hondureña. Ciudad que podría optar al premio a cagadero urbano del año, junto con Prishtina Ramallah, San José de Oruro y, por qué no, Albacete.

Por lo demás, el día de ayer fue tranquilo. Y tras charlar de lo divino y lo humano en casa de Rubén y Eva, dos expatriados de la organización en cuestión, me llevo a la cama esta vista de Tegucigalpa y un pequeño mareo.

¡Viva la cerveza “Imperial” y la buena gente!