miércoles, 14 de septiembre de 2011

las luces de la revolución comienzan a arrojar sus sombras.


Soldados rebeldes libios chequean el estado de sus armas en la carretera de Bani Walid. Manu Brabo

He de reconocer que, pese a no ser defensor de la violencia, he comulgado con esta revolución desde sus orígenes. Con los primeros días, me asombré al ver a los chavales lanzarse a pecho descubierto contra los cuarteles de Benghazi, de Misratah, de Zwara o de Zawia… Me asombré al entender que aquellos seres humanos normales y pacíficos habían decidido que su vida no tenía ningún valor bajo la bota de un tirano; bajo 41 años de torturas, de asesinatos, de desapariciones… Por decirlo claramente, los shabbab me ganaron el corazón poniendo su vida al servicio de una sociedad mas justa, mas libre y más democrática.

Luego, una vez dentro de la Libia liberada, comencé a cabalgar con ellos hacia el frente. Fueron muchas las incursiones por el desierto hasta las líneas gaddafistas. Todo era generosidad en aquellos días en los que el valor y la nobleza de un periodista eran acreditación suficiente para estar a su lado en el frente. El rancho, la manta y un sitio junto a la hoguera (todo lo que tenían) era también nuestro, de los periodistas que queríamos acompañarlos en sus pocas victorias y en sus muchas derrotas. Nunca faltó un hueco en la pick-up a la hora de adelantar las líneas ni a la hora de replegarlas.

Pero algo ha cambiado en los últimos tiempos de la guerra. Hoy nuestro trabajo encuentra más zancadillas que empujones y, si bien los chavales que forman la tropa siguen siendo los primeros en ofrecerte un hueco en su technical (pick up artillado) ,hoy ya no se pasa el filtro de los comandantes. El acceso a primera línea se ha transformado en un imposible solo roto por la habilidad de cada uno en eso de jugar al escondite. Hasta el momento nadie ha conseguido entrar en Bani Walid a ser testigo de la lucha encarnizada que allí llevan y, tras una semana d espera en la carretera del desierto, no parece que esto vaya a cambiar. Ni tan siquiera se nos ha permitido entrevistar a los pocos refugiados que salen de la ciudad sitiada.

Si ponemos toda la verdad encima de la mesa, he de reconocer que desde que he llegado a la Trípoli liberada he sido testigo en varias ocasiones de ciertos actos que arrojan sobras oscuras y alargadas sobre la revolución. Como periodistay como personas implicada (de forma extraña) en está revolución, no puedo hacer más que denunciarlo o por lo menos contarlo. No con el afán de desprestigiar una lucha que muchos ya han denostado reduciéndola a intereses económicos occidentales, si no con el fin de ejercer presión para que corrijan aquello que entiendo más cercano al régimen depuesto que a los objetivos de la revolución.

Todo comienza a los pocos días de tomar Trípoli. En ese momento y con la tensión por las nubes, la caza de leales gaddafistas y mercenarios del régimen desató un cacería sobre los habitantes de color de la capital libia. En aquellos primeros días, las patrullas salían de cacería por la noche y encerraban a los supuestos colaboradores en prisiones improvisadas y algún campo de futbol. Uno se quedaba un poco perplejo al ver que apenas había norteafricanos en las celdas y que casi todos los encerrados erande raza negra, independientemente de su nacionalidad. A mis ojos se había desatado una caza de brujas, en este caso brujas negras. La excusa… su supuesta pertenencia a las fuerzas mercenarias de gaddafi.

Esta actitud se confirmó días mas tarde al visitar la prisión de Jdeida. Donde aproximadamente el 80% de los prisioneros eran subsaharianos y, según las palabras de uno de los guardias “solo el 50% eran gadafistas reales”, el resto tendrían que pagar como pecadores. Por lo menos hasta que restablezca un sistema de justicia.

Especialmente recalcitrante me resulto el caso de una muchacha de 19 años que sigue retenida en esa prisión. Natural de Benghazi y de belleza excepcional, según su testimonio (que igual por inocente me lo creo), su ama le obligaba no solo a acostarse con gente cercana al régimen, si no además la forzaba a usar sus encantos entre los jóvenes rebeldes tripolitanos para elaborar una lista de disidentes, muchos e los cuales ya no lo pueden contar. Esta joven Matahari de régimen, siempre según su testimonio, nunca comulgó con el régimen, pero ya se sabe lo que pasa cuando las amenazas de muerta penden sobre uno y su familia. El mismo guardia, me aseguraba que el la creía, pero que qué podían hacer. Todo será cuestión de tiempo, pero tampoco se ve mucho interés por solucionar este tipo de desaguisados.

Con estas actitudes difíciles de esconder, el último informe Amnistía Internacional, no ha dudado en calificar determinadas actitudes de los rebeldes como “crímenes contra los derechos humano”. Añadiendo la difícil tarea que el CNT tiene por delante a al hora controlar determinadas actitudes de sus guerrilleros. Y quizás sea por esto por lo que últimamente la prensa trabaja con tantas dificultades y trabas.

¿Qué quieren esconder tan fervientemente?¿De qué no podemos ser testigos? O es que acaso la intención es seguir apareciendo ante el mundo como víctimas aunque se esté ganando la guerra.

La conclusión es la misma. Ya sea por un supuestoextremo y nuevo interés por nuestra seguridad, o porque nuestras imágenes y crónicas desvelan su estrategia y posición al enemigo. Las últimas noticias que salen del frente son noticias dadas por el CNT, cuando, como y donde ellos quieren, nosotros solo hemos sido sus voceros. Así las cosas, la única diferencia en el aspecto informativo entre ambos regímenes es que ahora, por lo menos, podemos salir del Hotel Rixos

Soldados rebeldes libios vigilan la carretera de Bani Walid desde una colina. Manu Brabo




viernes, 9 de septiembre de 2011

Gargarish; manicomio a la sombra de una guerra.

Interno en una sala de aislamiento del centro. Manu Brabo

El barrio de Gargarish está pegado a la costa de Trípoli. Callesmal asfaltadas y aceras rotas –como casi todas aquí-, pero extrañamente limpio respecto a la tónicageneral de la capital libia. En el centro del barrio, en un antiguo cuartel del ejercito británico se encuentra el centro de atención psiquiátrica de la ciudad. Aquí se trata aunos 250 internos y se procura hacer seguimiento sobre muchos otros enfermos que residen fuera del hospital; hasta 1000.

Paciente en el pabellón femenino para enfermos crónicos. Manu Brabo.

El doctor Ahmed Kara, capitán de esta frágil nave, es un hombre grande de gesto alargado y ojos saltones sobre profundas ojeras. Sonrisa fácil y carcajada sonora, nada parece robar el buen humor a este psiquiatra licenciado en Gran Bretaña, ni siquiera la absoluta carencia de medios del centro o el sigiloso incremento de pacientes debido a la guerra civil que se libra aquí desde hace 6 meses. Estrés post traumático, ansiedad, esquizofrenia y depresión, son entre otras las enfermedades mentales que predominan en estos días de tiroteos y miedo en el cuerpo.

El Doctor sonríe recorriendo con la mirada a los invitados extranjeros: “Los problemas aquí no se deben solo al conflicto…”, comienza. “Esto viene de mucho antes…” Aquí, como en muchos otros lugares de mundo, los manicomios son solo cárceles para locos. En un paño caliente que oculta a los estigmatizados, a los “shij” (los poseídos por malos espíritus), a los que se quiere olvidar. Como en muchos otros lugares del mundo,aquí el problema no solo es de atención estatal, si no también de prejuicio social: una superstición.

Interno dentro de una de las salas de admisión del centro. Manu Brabo

“Falta recursos, faltan medicinas, faltas especialistas (…) ¡Estamos en la mierda hermano” Comenta con un marcado acento británico, mientras enciende un cigarrillo. “La comida se recibe de la gente del barrio y las restricciones tambiénnos están afectando”. Parece que la batalla de Trípoli afecta a todos por igual y no entiende de necesidades, ni de enfermedades.

Ahmed lleva 17 años trabajando en este centro y hasta enero de este año, cuando el gobierno subió los sueldos a todos los médicos del país, su sueldo nunca superó los 450 dinares, menos de 300 euros. Ahora su sueldo es de 1500, según el porque “…Gaddafi solo quería evitar que los médicos se levantaran también contra el.” NO o consiguió. Los fondos de los que dispone el centro, son bajos y el seguimiento a los pacientes exteriores se hace prácticamente imposible. “¿Cómo demonios vas a ir a la casa de un paciente cuando en esta ciudad casi ninguna calle tiene nombre? ¡No hay direcciones!”.


Dos enfermos en uno de los pabellones del psiquiátrico. Manu Brabo

Viéndolo ahí, sentado en su mesa sin perder la sonrisa ante tantos años e adversidad, uno no duda: sin duda, nos encontramos ante un buen hombre, ante un luchador, ante un tozudo. Bien sabe él que los tiempos que vienen serán peores, aún hay mucho que hacer después de la guerra, y este tipo de heridos, suelen quedarse aislados, marginados.“Dentro de seis meses será peor, empezarán a aparecer todos los afectados por la guerra y no daremos abasto”.

De nuevo una sonrisa a los visitantes y una frasepara despedida. “Amigo, no esperamos que la cosa mejore, pero tenemos que avanzar siendo lo que somos”

Internos en el pabellón de enfermos crónicos. Manu Brabo

jueves, 8 de septiembre de 2011

Libia, libia...

Aviso a navegantes: el texto tiene unos cuantos días. Lo cuelgo con retraso porque no todo va a ser trabajar en esta vida :P

Tripoli vuelve a la calma. Un hombre bañándose en un dique en ruinas en la costa de la capital libia. MANU BRABO

La carretera que lleva a la frontera de Raj Ajdir no ha cambiado nada desde que aterricé aquí en febrero, menos aún desde que la abandonara (supuestamente escarmentado) el día 19 de mayo. Las mismas líneas de pinos a ambos lados de la carretera, la misma arena, los mismos campos de refugiados que anuncian la dureza de un conflicto que, seis meses después, parece estar llegando a su fin.

Cruzo la frontera lleno de incógnitas. Propias. sí, pero sobretodo ajenas. ¿Còmo es esa Libia libre de la que hablan? ¿Cómo se están organizando, dónde están los leales a Muanmar? Pero, sobre todo, me pregunto por la vida de “Homsa”, de Jaliffa, de Mahmoud, de Jamal… y de otros tantos compañeros de celdas y prisiones que hicieron de mi cautiverio algo más llevadero. O, como diría el Lichi, de La Cabra Mecánica, “más amable, más humano, menos raro”.

El puesto de control fronterizo libio está custodiado por jóvenes shabbab, todos con banderas rebeldes atadas al cuello. Desgastadas armas colgando al hombro y el gesto agrietado tras 6 meses de continuas batallas desde las montañas de Nalut. Son gente dura esta de las alturas libias: jóvenes bereberes curtidos al calor de este árido país. Hombres ya endurecidos a base de insistir en la derrota. Aunque parece que la guerra toca a su fin, son muchos los compañeros y familiares caídos en ese espacio geográfico que separa Nafusa de la costa.

El transporte, como en aquellos días en el frente este, sigue corriendo a cuenta de la revolución. Y aunque voy realmente protegido por un pequeño grupo de rebeldes, no puedo parar de otear el terreno a derecha e izquierda, adelante o atrás en busca de alguna señal que me diga si tengo, o no, que saltar del coche como un gamo, agachar la cabeza o simplemente rezar como alguna otra vez. Yusuff, el conductor de mi transporte, me mira asombrado. “Every thing its allright. This is a safe area”. Sus palabras no me tranquilizan. Solo la entrada en Zwara y las numerosas banderas rebeldes que se ven en los balcones hace descender mi ritmo de Marlboros.

Zwara es la capital bereber de Libia. Aquí también se levantaron en armas el día 17 de febrero. Pero fueron reprimidos con dureza, quizás mas que en otros sitios, pues las tribus amazig son históricamente hostiles al régimen. La ciudad fue liberada días más tarde que Trípòli, pero aquí aún no ha aparecido el gran circo mediático. De hecho, somos el primer grupo de periodistas que decide acampar en esta localidad que pilla lejos de los focos de las cámaras. Unos, por no viajar de noche hasta Trípoli. Yo, porque quiero buscar a Jamal: zwarino, compañero, líder natural de nuestra celda y mi principal protector durante aquellos días a la sombra.

Mi primer objetivo es encontrar el centro de prensa, donde una decena de jóvenes se afana duramente para tener todo listo: ordenadores, impresoras, cables, acreditaciones, diseños, panfletos. “La verdadera revolución empieza a Ahora”, comenta Ayoof, de 23 años, que dejó las armas el mismo día que cayó Zwara para dedicarse a organizar esos pequeños proyectos con los que reconstruirán la sociedad y la cultura Libia.

Interpelo a uno de los jóvenes rebeldes del centro de prensa y le pregunto por Jamal, con nombre y apellidos. “Si vuelves a Libia, ven a Zwara y pregunta por mi. Todo el mundo me conoce allí”, me dijo mi compañero de prisión desde dentro de la celda, mientras yo caminaba por el pasillo de la cárcel, camino ya de la que sería mi último lugar de encierro. No tardan en localizarlo. Al cabo de 10 minutos, una furgoneta Nissan, color verde y con las lunas tiroteadas o volatilizadas, entra en el aparcamiento. Desde la segunda planta del edificio, donde los rebeldes nos han alojado temporalmente, veo descender a Jamal, Kalashnikov en mano y con algún kilo de más. Bajo las escaleras a toda la velocidad que lo permiten mis piernas, salgo al patio y abrazo a ese hombre como si fuera un hermano. Atrás quedan las continuas interrogaciones y las angustias por su vida, por su salud, por todo. Ahora soy libre casi del todo y pienso que, tan solo por esto, merece la pena haberme enfrentado a no se qué miedos que parecían agarrotarme a la hora de volver a este país.

La tarde se pasa volando. Son muchos los cafés, las pastas y los cigarros que fumamos en casa de Jamal. Salvo su mujer e hijas, todos los demás son combatientes. Primos, hermanos, cuñados… los kalashnikov se agolpan en la entrada del salón, junto a los zapatos y, como en aquellos días de Jdeida, todos están sentados sobre la alfombra o de costado apoyando el codo sobre un cojín. Las historias se desgranan poco a poco. Sus viajes a la “makhama” (juzgado), sus 70 días de presidio, la vuelta a casa y el regreso a las armas. También su papel y el de su familia en la liberación de Zwara y la preocupación por un futuro incierto, lejos del rol de prisionero y combatiente, al que ya se ha acostumbrado. Son las dos de la madrugada y la charla toca a su fin. Con las primeras luces agarraremos la ruta a Trípoli. Aún hay compañeros que encontrar y viejas celdas y prisiones que visitar.

Mi llegada al Hotel Corintia, donde se alojan los periodistas es un mar de abrazos. Ricardo, Guillem, Pradilla, Mariajo, Félix y un largo etc de compañeros que me acompañaron en mis días en Benghazi. Pero, sobre todos, James Foley, periodista del Global Post, y compañero de odisea desde que aquel día cabrón cerca de la universidad de Brega. Otro abrazo, el décimo noveno, y otros más que se suceden mientras hablamos de lo humano y lo divino, de nuestras familias –unidas de un modo extraño desde entonces-, de lo bien que sienta pasear por la capital de Libia en libertad y de otros compañeros que, por desgracia, han visto estos 6 meses de guerra tras de los barrotes de una celda. Un pasito menos: el circulo ya casi se cierra.

Esa misma tarde, sin perder más tiempo, salimos los dos en un taxi hacia la prisión de Jdeida. El camino es silencioso y tanto Foley como yo vivimos en silencio todas esas emociones que se acumulan en la boca del estómago. Cruzamos por aquellas calles y avenidas que solíamos recorrer en el transporte de presos hacia el juzgado. Recuerdo los grilletes en los tobillos apretando, el cigarro compartido con el preso al que estaba encadenado y la mente intentando distraerse con aquel paisaje urbano del que ya solo queda el recuerdo. Ahora los escombros, la basura, los coches quemados a lo largo de la ruta y los innumerables check points, hacen este paisaje irreconocible. Tripoli libre, si. Pero a un alto precio. Con esa idea en la cabeza el taxi frena delante de la puerta principal.

Un grupo de shabbab armados y dos “technical” custodian la puerta de la vieja prisión, más hecha polvo que el día que la abandoné. Los agujeros de las balas en los muros, el hollín negro de las celdas incendiadas remarcando el exterior de las ventanas, las pintadas con aerosol en los muros exteriores… todo indica que la liberación no fue fácil. Sigo dándole vueltas a la cabeza mientras Jim le cuenta nuestra historia al responsable civil que hay en la puerta a ver si conseguimos acceder al interior. Nuestra historia no conmueve al hombre que, tras informarnos de que ahora es una cárcel para prisioneros de guerra, nos facilita el teléfono del responsable de prisiones. Parece que nuestra visita tendrá que ser más tarde, cualquier otro día. Quizás cuando venga Clare.

Ahora toca pasar página y volver a trabajar. Que a eso hemos venido.

viernes, 19 de agosto de 2011

Requiem por un campesino hondureño

Aviso a navegantes: Con lo vivido en mis 72 horas en el conflicto agrario del Bajo Aguán (departamento de Colón) he escrito lo que me ha salido de los cojones. Lo que pienso que pudo suceder aquella mañana en base a los testimonios recogidos sobre el hecho que a continuación se narra.

La familia Amado (así los llamaré sin ser este su apellido) es una familia de campesinos de la ribera del río Aguán, en el departamento de Colón. Como casi todos aquí, son familia pobre. Ser campesino sin tierras no da para mucho. Sobrevivir y poco más.

Cuerpo sin vida del campesino de 17 años muerto a tiros por los sicarios del terrateniente Facusé

Es domingo a la mañana, Walter y Juan se dirigen con miembros de su cooperativa a ocupar unas tierras cercanas a la comunidad de Panamá. Botas de trabajo, los malayos afilados para cortar la palma africana y los machetes enfundados hasta la hora de chapear la mala hierba. Algún revolver y un par de escopetas en manos de los más veteranos tratan de dar seguridad al grupo. Todavía es oscura la madrugada y el sol aún no despunta sobre las cumbres que rodean el valle. Si acaso un tenue haz de luz anaranjado y la brisa fresca que arrastra el río a esas horas, avisan de la proximidad del alba a la cuadrilla y a los dos hermanos.

Marcas de disparos sobre la oficina donde dormian os guaruras de Facusé

Todo es silencio al pasar cercanos a la caseta de los sicarios del Terrateniente Facusé. Los “guaruras” desalmados cobran por contrato, pero hay paga extra por cada barba campesina que se afeita. Barbilampiños aún los dos hermanos, saben que ese no es problema para que le arranquen a uno la vida de uno o varios balazos.

Suena el crujir de una rama,
rasga la noche un disparo…
Comienza la “balacera”:
cuerpo a tierra y contra el fango.
Los “guaruras” no perdonan,
cae el pequeño de los hermanos.

Disparo fatal en la espalda,
otro en el antebrazo,
otro más en la entrepierna
y el mortal en la cabeza,
para dar muerte certera
al menor de los Amado

Familiares del campesino asesinado durante el velatorio del cuerpo.

“¡Guaruras, hijos de puta!
Que se han llevado a mi hermano”.
Juan desenfunda el revolver
y dispara a bocajarro.

"Escapa de prisa Juan,
nos están acribillando”,
le grita otro campesino
mientras le agarra del brazo.

Carreras y más carreras,
entra el aire entre cortado,
comienza otra cacería
sobre esos pobres diablos.

Los unos rompieron filas
y se escapan río abajo,
los otros suman patrullas,
metralla, rifles de asalto…

Ya se acercan, les dan caza,
cuando inesperada ayuda
les llega por los costados.

Los campesinos del Alto
que alertados por el ruido,
ya preparan la emboscada.

“Ahora guarura cabrón, e
res cazador cazado.
Ahora guarura cabrón,
mueres tu como las ratas”

Familiares y amigos del campesino asesinado portan su féretro.

Amanece en Marañones, con el eco de la balacera aún en los oídos. Doña María hace tortitas para el desayuno. Un poco de plátano y unos frijoles, manteca, quesillo y café son el desayuno para Don Manuel Amado, que aún cojea de una pierna y no puede incorporarse al trabajo esa mañana. Suenan dos golpes secos contra la puerta de su “champa”. El correo trae muerte esa mañana.

Nada se sabe Juan,
escapó hacia la montaña.
Si de Walter, por desgracia,
que los ha dejado solos,
para siempre y por las bravas.

“¿Diosito que te hecho yo?
¿Como es que tu así me tratas?
Primero me quitas tierra,
hoy me arrancas las entrañas”

Madre del campesino asesinado se desploma durante el entierro de su hijo.

Sube el féretro en la paila
camino del cementerio.
El cortejo huele a angustia
y entre susurros el miedo.

No hay policía que venga,
tampoco los militares,
preparan con los guaruras
asaltos en más lugares.

lunes, 8 de agosto de 2011

Crónica de una perdida de tiempo.

Vista de uno de los barrios de Tegucigalpa desde la terraza de dos expatriados


Me dijo un compañero hace tiempo que en este trabajo, uno se pasa el 60% del tiempo sembrando, el 35% esperando la cosecha y el 5% restante echando los frutos al cesto. ¡Qué razón tiene!

Tras 26 horas de viaje, después de que Iberia (sumergida) me aplazara el vuelo por dos días, y tras hacer escalas en Madrid, Ciudad de Guatemala y San Salvador, creo haber aterrizado en Tegucigalpa. Sería puta hora…digo yo.

Como no es oro todo lo que reluce y, además, bien sabido es que al caerse la tostada siempre lo hará por el lado de la mantequilla. Los primeros inconvenientes han surgido nada más aterrizar. El coche de la ONG que me tiene que llevar a la provincia de Choluteca (donde espero comenzar mi reportaje), está en el taller. Así pues: dos días de descanso (que no vienen mal), rascada de faba y a conocer la capital Hondureña. Ciudad que podría optar al premio a cagadero urbano del año, junto con Prishtina Ramallah, San José de Oruro y, por qué no, Albacete.

Por lo demás, el día de ayer fue tranquilo. Y tras charlar de lo divino y lo humano en casa de Rubén y Eva, dos expatriados de la organización en cuestión, me llevo a la cama esta vista de Tegucigalpa y un pequeño mareo.

¡Viva la cerveza “Imperial” y la buena gente!

jueves, 30 de junio de 2011

De vuelta al ruedo!!

Hace unos días, gracias a la ayuda desinteresada de un amigo, el Sr. Carlos Spottorno (Y cuando digo señor, quiero decir TODO UN SEÑOR), volví a tener una cámara de fotos entre mis manos.

La cámara en cuestión, es una vieja 5D que ha salido de la reserva de primera división para jugar de titular indiscutible en un modesto equipo que lucha por el ascenso, séase un servidor. Personalmente, siempre he sido un “nikonista”, pero dadas las circunstancias, no veo problema en jugar mi liga con una nueva equipación. Todo es acostumbrarse.

Por lo demás, las últimas fotografías que había hecho hasta el día 19 de este mes que termina, fueron durante un combate entre gadafos y rebeldes a 5 kilómetros de la ciudad de Brega, pocos minutos antes de ser apresado por las fuerzas leales al Coronel Muanmmar Gadaffi. Lo que había visto e el visor, me gustaba, aunque por más que lo pienso apenas tengo recuerdos de aquellas imágenes.

En fin, el caso es que aprovechando que estaba en Madrid el pasado día 19, salí como un ciudadano más a mostrar mi mala leche con la clase política de este país, a mostrar mi enfado con un sistema que (a mi juicio) se queda caduco. También (aún a riesgo de parecer un energúmeno) salí a chillar, silbar y abuchear a esos señores que han prostituido esa democracia por la que mis viejos se partieron el alma y el lomo en carreras entre grises a caballo.

Pero la puta verdad es que, sobretodo, salí a reencontrarme con mi oficio, con mi vida, con esta pasión que llevo en carne viva y que algún mamón iluminado, quiso desarraigar de mi, privándome de libertad. Para mi, fue algo más que una sencilla marcha desde Legazpi a la Pza. de Neptuno. Para mi el 19J fue volver a nacer como fotógrafo, como freelance, como el crítico mirón que siempre he querido ser. Para mi fue una protesta individual contra mi enemigo particular, contra mi “supervillano”. Para mi fue un mensaje claro y conciso “habrás conseguido apartarme de Libia (por el momento) pero aquí estoy trabajando de nuevo, aunque te pese”

Bueno…que toda esta paliza que cuento es solo para colgar unas fotos que, si bien no añaden nada a lo que se ha visto sobre la marcha del 19J, por lo menos tampoco lo quitan (Dese por aludida La (sin)Razón) y además representan una nueva forma -mi nueva forma- de volver a mirar el mundo a través de una cámara de fotos.







domingo, 20 de marzo de 2011

Masacre en Benghazi

Funaral por una de las víctimas del asalto de ayer a Benghazi por tropas mercenarias del dictador

Porque los iluminados, pese a todo lo que digan, nunca traen luz.

Este es un resumen gráfico de los efectos de la matanza que ayer ocurrio en Benghazi. Solo en el Hospital Jala, uno de los tres de Benghazi, se contabilizaban a las 17:00 más de 40 muertos (la mayoría civiles) y cerca de 250 heridos.

Algunos dirán que la dureza de alguna imagen es innecesaria. Yo digo lo contrario, háganse a la idea de lo que es esta puta guerra (y cualquier otra). Háganse a la idea de lo que le espera al pueblo libio en caso de que Gadaffi vuelva a empoderarse sobre este país del sur del mediterraneo. Y sobre todo, salgan por un minuto del parapeto de la dulzona cotidianeidad occidental.

P.D. Las criticas al buzón de voz. Serán atendidas y contestadas con la calma que requieren las circunstancias.

El cuerpo de un miliciano rebelde alcanzado por una explosion yace en la morgue del Hospital Jala

Un familiar llora en la morgue la muerte de un miliciano en Benghazi


El cuerpo sin vida de un miliciano yace en la morgue mientras es preparado para el funeral


El cuerpo carbonizado de un ciudadano de Benghazi en la morgue del hospital Jala

sábado, 19 de marzo de 2011

Violación del alto el fuego, Comienza la Batalla de Benghazi

Milicianos rebeldes toman posiciones en el frente de este de la ciudad de Benghazi

El viernes, día sagrado para los musulmanes, Benghazi amanecía con la resaca de la celebración por la decisión del consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Aparentemente, llegaba otra buena noticia con el anuncio de alta el fuego unilateral e inmediato por parte del dictador Muanmmar Kadaffi. Mustaffa, un empresario libio que abastece de internet por satelite a algunos periodistas que aquí se encuentran desconfía. “Cada vez que Muanmmar abre la boca es para mentir. Intenta dividirnos...”, dice mientras le da un largo trago a su café turco. “...si bajais al frente podreis comprobarlo”.

La carretera que lleva al frente está despejada, pero el conductor no se fía. En el primer check point rebelde nos avisan de que la ruta esta salpicada de patrullas de Kadaffi que se han colado camuflados en la inmesidad del desierto. Quince minutos antes llegar a la entrada de Ajdabiya el paso está cerrado por un reducto de guerrilleros de la revolución que se reavastecen en retaguardia. Oussama, es un ingeniero benghazino que reside en Cambridge desde hace años. Se disculpa y nos explica: “los combates son intensos dentro y en las afueras de Ajdabiya”. Ellos, los rebeldes, controlan los accesos norte y oeste y parte del centro. Los otros dos accesos y la parte sur de la ciudad, incluido el hospital, son controladas por los mercenarios de Gadaffi. “Hay regulares, si. Pero también he visto hombres de la panáfricana y soldados asiáticos


Miliciano rebelde se oculta durante el tiroteo en la carretera de Qan Yunnis, en las afueras de Benghazi

Durante la estancia en el check point, varios guerrilleros se acercan a suplicar que hablemos de esta brutal violación del alto el fuego, también reclaman la intervención para asegurar la exclusión del espacio aéreo. “¿Dónde están los aliados?¿Dónde está Francia? ¡¡Nos están bombardeando!!” comenta otro guerrillero en un inglés básico, mientras otros guerrilleros se agolpan alrededor hablando y haciendo señas, está evidentemente nerviosos.

Miliciano rebelde subiendo a una azotea a tomar posiciones durante el aslato a Benghazi.

A la noche, las comunicaciones en Benghazi habían sido cortada y el se habia perdido casi cualquier forma de contactar en el este de Libia. Solo una pobre conexión internet vía satélite permitía transmitir informaciones de forma intermitente. Hacia las 22:00, hora local, se comenzaban a escuchar de nuevo las detonaciones y el tableteo de las ametralladoras en las afueras de la ciudad. Durante la madrugada, se escucharon bombardeos de artillería intensos y los combates eran muy cercanos a la calle Sharia Al-Jezaeer, donde están ubicados tres hoteles de la prensa.

A las 8 de la mañana, el ruido de los cazas sobrevolaba la ciudad de Benghazi y uno de ellos fue derribado. Las informaciones son muy confusas, pero según la cadena de televisión Al Jazeera, el avíón puede ser un Sujoy del ejercito rebelde. Si bien esto parece improbable, pues la fuerza aérea de la revolución es muy escasa y una violación de la zona de exclusión aérea les dejaría en muy mal lugar ante la comunidad internacional.


Miliciano rebelde repone un cargador durante el asalto de los gadafistas a Benghazi

Yendo a comprobar el derribo del aparato, se ha podido comprobar que el alto el fuego declarado por Gadaffi es poco más que una burla o trampa para calmar los ánimos de la comunidad internacional. Y si ayer el frente estaba a unos 150 Kmts. De Benghazi, hoy ya se luche inténsamente en el interior de la ciudad, a unos dos kmts. del Hotel Usu, sede en estos últimos días de las ruedas de prensa del Consejo Nacional Transitorio.

Los tiroteos son intensos y los guerrilleros se afanan en cada parar el avance de las tropas del dictador en cuadra. Se siguen escuchando cazas sobrevolando la ciudad y bombardeos de artillería pesada, así como detonaciones de granadas y lanzacohetes. Armados con Kalashnikovs, antiguos fusiles de principios del S.XX, cócteles Molotov, palos o machetes. Los guerrilleros tratan de resistir este último envite de los regulares y mercenarios Gaddafistas.

Así las cosas, la situación es que mientras se espera a que las fuerzas aliadas intervengan para evitar una masacre en Benghazi, Gadaffi aprieta al máximo con la idea de sentarse a la mesa de negociaciones con la capital rebelde sitiada o en sus manos. Ahora mismo, las informaciones son confusas, pero todo parece indicar que Benghazi, se encuentra rodeada y bajo asedio.