jueves, 31 de mayo de 2012


Yo soy revolución. Vol. 1

Amr "Shigouma" en un café del barrio de Al Matariya, Cairo, Egipto, Mayo 2012


Amr, tiene 21 años. Es un chico espigado, de rasgos finos en su cara y una mirada viva y brillante que denota inteligencia y mucha picardía. Proviene de Suez, pero ya hace muchos años que vive en el humilde barrio cairota de Al Matariya. Uno de tantos con calles estrechas y sin asfaltar. Salpicado de escombros, basuras y de niños sucios que corren y juguetean dando voces entre el tráfico intenso de los coches destartalados y los Tuc-Tuc.

Cuando conocí a Amr, aún había algo de jaleo en la calle Mohammed Mahmoud. Eran los días previos a las elecciones parlamentarias -el pasado noviembre- y los manifestantes, confusos tras los palos, los gases y los disparos recibidos , miraban con recelo la presencia de casi cualquier extranjero, de casi cualquier cámara…  Fue su mano espontánea, su labia y su cordialidad desinteresada la que ese día (estoy seguro de ello) me salvo de un par de hostias bien dadas. Al hamdulillah.

Minutos más tarde, no muy lejos de la esquina con la Universidad Americana donde sorteaban pan de hostias para un servidor, Amr me hablaba elocuente sobre su vida. Por aquel entonces, menos dura y más esperanzadora. “Yo estoy aquí porque amo Egipto, porque quiero un futuro (…) para mi y para todos ellos” decía señalando el tumulto que se agolpaba junto a una barricada cubierta de alambre de espino. Supongo que aquel medio día Amr y yo nos hicimos amigos.

En la cuadrilla le llaman “Shingouma”, que quiere decir algo así como “profesor chiflado”. No sabe explicar muy bien de donde viene, pero lleva con orgullo este nombre de batalla a cada manifestación, a cada encontronazo con la policía, con el ejercito o con los matones del antiguo régimen. Para el todos representan lo mismo: el doloroso pasado. Y en su lucha contra ellos, ya ha sido arrestado innumerables veces, amén de haber sido alcanzado por un disparo en la cabeza en los pasados disturbios de Abassiya. Disparo que milagrosamente, no ha terminado con su vida, ni con sus ganas de luchar por una sociedad más justa

Shingouma, ha salvado la vida unas cuantas veces en los últimos 17 meses, y cada compañero herido, caído o detenido ha sido para él un mártir de la revolución por el que seguir luchando. Pero el resultado de estas elecciones, (amén del boquete que luce en el frontal) lo tiene cabizbajo, desinflado, dubitativo y triste. Los indicios de adulteración del resultado electoral son, pese a quien le pese,  cada día más sólidos. Además, ninguno de los candidatos que han llegado a la última ronda de las presidenciales es, por así decirlo, un candidato de las fuerzas que comenzaron esta revolución.

Anoche, celebrábamos tomando un helado su reciente empleo en un kiosco del barrio: De 11 de la noche a 10 de la mañana por 4€ jornada.  Y es que para los revolucionarios de primera línea; para aquellos que no conocen las universidades extranjeras ni las fiestas de expatriados en las que lucir una Kuffiya y darse aires de Ernesto Guevara, poder sacar unos cuartos es motivo de celebración.

Anoche, caminando cerca del esqueleto de la revolución (ese que se pudre lento en Tahrir a la vista de todo el mundo) Amr me hizo una de esas preguntas que dejan a uno con cara de gilipollas: “Si tu fueras egipcio, Manu… ¿que harías ahora?”.  “Emigrar, amigo”, le conteste.

“Eso estaba yo pensando… pero amo Egipto”