James Foley, Clare Morgana Gillis y yo en Misrata durante los últimos días de la guerra en Libya. Oct. 2011
Hace un año exactamente me
sentaba frente al ordenador de la casa de mi madre en Gijón. Abría el “Safari”
y me enchufaba al puto Facebook para chatear contigo. Recuerdo que volvías de
Maraat Al Numan: solo tú tenías los cojones, la insensatez, el humanismo y la
decencia para ir a ese punto del infierno a contar lo que pasaba y volver con
una sonrisa. Estabas contento, casi como un niño, por haber conseguido el
objetivo, por haber vendido esos minutos de video que harían al mundo
consciente de la crudeza de otro asalto en punto ciego de las tropas de Al
Assad. Ibas camino de Turquía y la semana siguiente entrabas en “assigment”
para una televisión Alemana. Estabas tocado, quién no lo estaba allí dentro, pero
firme en tus principios y fuerte para seguir asumiendo riesgos, para seguir
contando, para seguir haciendo ese periodismo honesto, sencillo y directo: una
extensión mas de ese corazón blando, dulce y acogedor que posees, donde cojones
estés.
Y pasó el día, supongo que lo
hice paseando junto al mar, en familia o tratando de asimilar las toneladas de
infamia que se habían colado por mis tragaderas tras dos meses en Siria. Y por
la noche llegó la bomba. Aquel mensaje de Nicole en el que decía que habías
desaparecido… nada estaba claro, nada era seguro y quise pensar –tonto de mi-
que sería cuestión de pocos días, como en tantos otros casos hasta entonces. También
quise pensar –siendo más tonto aún- que si estaba cerca de la frontera ayudaría
en algo, que te soltarian antes, que estaría allí para recibirte, darte una
colleja por gañán y tomarnos una birra antes de meterte en un avión directo al
patio de tu casa de una patada en el trasero. Tonto, tonto y tonto… son muchos
viajes de volver con las manos vacías. En breves toca el siguiente.
Y han pasado los días, las
semanas, los meses… HACE YA UN PUTO AÑO!!!! Meses de llorar a escondidas, meses
de taponar la espita de la amargura con lo que sea, meses de debilidades, meses
de frentes, de batallas, de matanzas en las que sigo girando la cabeza para
buscarte a mi lado, con la cara de “mecagoendioslaqueestacayendo” sujetando el casco
con una mano y el monopie tu cámara de video con la otra. Girando la cabeza
para encontrar ese gesto tranquilizador, esa mirada de “tranquilo, Manu, que
también saldremos de esta”, o ese gesto inclinando levemente la cabeza, esa
sentencia muda, que decía “yo ya tengo el material ¡¡¡vámonos antes de que nos
hagan fosfatina!!!” Un año esperando llegar al Hotel para contarnos las penas,
las glorías y los sinsabores de una vida. Un año que algún hijo de la gran puta
ha decidido no dejarte disfrutar. Y me han pasado tantas cosas, Jimmy. Tengo
tanto que contarte…
Tu hermano es un señor fotero
ahora. Ni el mejor ni el peor, pero sigo haciendo lo que más me gusta, aquello
por lo que empezamos a luchar en las carreteras de Benghazi, Jdabiya, Brega y
Ras Lanuf… aquello que nos llevo a la cárcel (de la mano como siempre) en
Trípoli, aquello que quisimos fuera nuestra vida. Aquello que nos hizo volver a
Libia para ser testigos (nunca más neutrales) del fin del régimen que nos quitó
la libertad por 44 días. ¡¡¡44 días: Una mierda comparado con los 365 que
llevas desaparecido!!!
Pero nadie nos avisó de esta letra tan pequeña en el
contrato ¿¿Verdad?? Nadie nos dijo la cantidad de amigos perdidos, la cantidad
de almas y cuerpos rotos que tendríamos que cargar, y aún así lo sabíamos. Pero
uno siempre se piensa a si mismo como un ser eterno y, de igual manera piensa
en aquellos seres que le rodean, aquellos que hacen de pilares, de arcos y contrafuertes
de los muros de esta puto templo que es la vida.
A veces se hace muy pesado, camarada. Demasiado. A veces el
poso de tristeza es infinito y, te seré sincero, solo quiero no pensar,
escapar, salir por patas… hasta intento olvidarte a ti, a Antón, a tantos otros
que se nos han despistado por el camino.
Pero yo soy un flojo, hermano, y lo sabes. Yo no tengo tu
fortaleza ni tu espíritu. Y ahí quiero hoy llegar. A esa fuerza vital, a ese
optimismo sobrehumano que te caracteriza a ese corazón grande como el de un
buey. Como el buey entero ¡¡¡Qué cojones!!! Porque, hermano, ese es el clavo
ardiendo al que me agarro y se que eso es lo que te va hacer salir de donde
estés, tocado pero no hundido.
Porque tu hermano adoptivo, ese español piojoso y sucio que
encontraste en las carreteras libias con dos camaras y dos pares de
calzoncillos en una bolsa de deportes, parece que se ha hecho un paisano y te
mereces disfrutarlo. Porque Jim, lo que ahora soy es en gran parte tu culpa,
porque tienes que ver esto, porque tengo muchos logros de los que culparte y
que compartir contigo: motor silencioso de todo mi trabajo. Porque los que te
quieren siguen aquí, doblados pero nunca rotos.
Jim, se fuerte como tu eres. Que el amor que has generado a
tu alrededor te ayudará a levantarte a tu regreso del infierno.
Te quiero hermano!!!