sábado, 9 de junio de 2012


¿Qué cojones hago en Cairo?



Llevo más de una semana preguntándome lo mismo. Llegué aquí el día 13 del mes pasado para cubrir las elecciones, de freelance, para una agencia de noticias. En principio, muchas eran las razones que aquí me traían. Compromiso con el proceso revolucionario que acabó con el régimen de Hosni Mubarak, compromiso con mi oficio, la esperanza de conseguir imágenes potentes durante los disturbios que teóricamente se iban a producir y, cómo no, la imposibilidad de sacar un duro trabajando en mi tierra. Motivos suficientes para agarrar la maleta, por enésima vez en un año y largarme a Oriente Medio, donde he realizado el grueso de mi trabajo desde finales de Febrero de 2011.

Dejé mi tierra, he de reconocer, un tanto hastiado. No sólo por las circunstancias económicas, sociales y políticas, si no también por entender que la resistencia que se ejercía desde movimientos como el 15-M me parecía tibia, insulsa y sobretodo ineficaz. Sí, soy de esos que, con el tiempo, ha pasado de la esperanza por ver a mi generación salir a la calle y activarse, al desengaño de ver que por mucha sentada, por muchos iglúes (“igluses”, que diría mi hermano) y mucha “Quechua” que se monte en la plaza, por muchos canutos que se fumen, por muchas rasta, por muchos timbales y por muchas caras pintadas con flores y slogans, más sobaos que el coño de la Bernarda, vamos a peor. Y es que, desde mi humilde punto de vista, recibir una hostia detrás de la otra, lo único que cambia es amoratar tu cara, tu pierna o tu espalda. Dependiendo por dónde te metan el tolete, el impuesto o el recorte. Dejé mi tierra asqueado entendiendo que mi ojete, como el de todos los demás, no hacía más que dilatar y dilatar. ¿Qué queréis que os diga? No tengo vaselina para una pija cada día más gorda, más larga y mas rugosa. ¡¡Escuece!!

Creo que fue a los pocos días de haber llegado aquí. Hablaba con un compañero -otro expatriado- sobre el asunto. El tema en particular era la recurrente comparación del movimiento 15-M con la revolución de Tahrir. Y nos pusimos a analizar. Salió algo como lo siguiente:

Aquí hemos visto (por desgracia ya no más) la unión de todas las fuerzas oprimidas por el antiguo régimen. Aquí hemos visto a los estudiantes y estudiados proponer alternativas, al pueblo debatir alrededor de sus tiendas (éstas sí que no son Quechua), al común de los mortales ofreciendo, aportando, pujando y empujando por un mundo (el suyo) más abierto, más plural, más solidario. Sí, señores, aquí se ha vivido un movimiento no violento muy importante. Pero aquí, también, hemos visto a estudiantes de medicina montar hospitales de campaña, los hemos visto haciendo de paramédicos en primera línea, etc. Hemos visto a los “ultras” -equipos enfrentados- en primera línea de fuego, mano a mano contra la policía. También a los parados, a los trabajadores, a los hombres de negocios con la corbata en la frente en plan comando y los bolsillos cargados de piedras. Y los hemos visto luchar por su dignidad y libertad hasta las últimas consecuencias todos unidos.  Aquí no hay carga policial que quede sin respuesta. Y hoy por hoy, ya ni cargan y casi ni trabajan.

Yo no he visto esto en el estado Español. Supongo que, por eso, a muchos de los que, para bien y para mal, hemos vivido las dos cosas, nos da la risa cuando el típico “bocatrucha” te quiere comparar Tahrir con La puerta del Sol. Lo siento chavales, pero no.

Llevo días viendo a los mineros leoneses y asturianos (se me hincha el pecho de orgullo) defender sus puestos de trabajo y el futuro de sus regiones y comarcas. Llevo tiempo leyendo que no son sólo los trabajadores de la mina los que están allí. Llevo tiempo leyendo (también sé por experiencia) que la unión de las personas de esas comunidades es, si no plena, casi plena. (Aún tengo vivo recuerdo la última marcha minera en León. Más de 200 mineros entraban en Ponferrada al ritmo del “Sta. Barbara bendita” mientras la ciudad se echaba a la calle y los envolvía en aplausos, vítores y gritos de ánimo y solidaridad. También lágrimas). Sé que esa unión les hace más fuertes a todos. A los que se baten el cobre, a los que llevan el “chigre”, al de la tienda de ultramarinos y a la dependienta de la mercería. También al chaval que estudia y al que está parado. ¡¡¡Joder!!! Hasta yo me he sentido fuerte tirándoles fotos: seguro, acompañado, protegido… Y de eso se trata, de sentirse protegido y acompañado en los momentos difíciles.

Así que llevo días pensando en esa unión, mejor dicho, en esa ausencia de unión. “¿Dónde cojones estarán los estudiantes de medicina y los médicos y enfermeros en paro que hay en Asturias?¿Dónde estarán los parados, los precarios, los sin papeles, los “quinceemes”, los del timbal y tantos y tantos “los”…no sólo de Asturias, si no de todo el Estado?  Y llevo días pensando en la misma respuesta:         “Azorraínos” en casa esperando el finde para pasarlo teta, inmersos en la más puta de las depresiones o simplemente queriendo escapar (como un servidor) a algún sitio que nos proporcione un futuro, más o menos digno. Sea Alemania, Suecia o Egipto.  Me gustaría tanto verlos/verme allí…

Sé que muchos critican esta lucha por sus métodos (me hincha las pelotas que no veas), se que muchos la criticarán por estar vinculada a energías altamente contaminantes y los que más saben del tema, me vendrán con el comportamiento cabrón de los sindicatos mayoritarios, con el lastre de las prejubilaciones y con el agujero económico que ha supuesto el despilfarro de los fondos mineros. No les quito la razón, pero lo cierto es que la realidad es la que es (ces’t la vie) y en la lucha de todos está, que estos errores cometidos, no vuelvan a nosotros. Pertenecen, voy a decirlo a la egipcia, “al antiguo régimen”: Al que queremos derrocar , cambiar, transformar (llámenlo x) una gran mayoría de ciudadanos que aún creemos en esa paparrucha de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la justicia social.  

Señores…en Tahrir nadie criticó a los trabajadores del textil por sus vertidos contaminantes al Nilo, o por esto o lo de más allá. Nadie criticó al liberal por tener medios que otros no tenían, nadie criticó al religioso radical y nadie criticó al ultra que lanzaba piedras, porque todos se consideraban iguales en sus desgracias ,en sus propósitos básicos y en su lucha. Todos eran bien venidos, todos querían los mismo. “Acuerdo de mínimos revolucionarios” se podría llamar. Acuerdo que, pese a sus taras, trabas, zancadillas y tropezones, consiguió encerrar y derrocar a un dictador. Ahí es nada.

¿Podremos algún día lograr esa unión, ese acuerdo de mínimos revolucionarios  entre la mayoría los ciudadanos que habitamos la piel de toro?

¿Seremos capaces de apoyarnos para salir del miedo que nos atenaza, un día si y el otro también?¿Del miedo a perder la casa, el empleo, la salud, la educación, la vida digna que se nos escapa entre los dedos? ¿Seremos capaces de reconfortarnos, de enjugarnos las lágrimas, de cuidarnos y echarnos una mano cuando nos falte el aliento como ahora? ¿Seremos, en definitiva, capaces de considerar el conflicto minero como el propio y el propio como el minero?

¿O es que seguimos siendo tan clasistas como para hacer revoluciones separadas, según trabajos e ingresos, que no llevan a ninguna parte? ¿O seguimos siendo tan racistas de negarnos a aprender de los buenos ejemplos que hay en el mundo Árabe?

De ser así solo tengo una cosa que decir: Allah u Akbar!!!  

2 comentarios:

  1. Estuve en El Cairo de paseo en diciembre pasado. Mi último día fue el de la manifestación de las mujeres. Fué, creo, el paréntesis final de calma. Ahora la situación política ingresó en una nueva etapa. Igual que en Grecia. Por mi vigilada condición de turista no pude tener un contacto más directo con su honorable y postergada gente. Tu relato, entre incertidumbres y decisiones profundas, conmueve. La condición de explotado al que se le cierran todas las puertas, hace que uno quisiera aportar una visión de conjunto, que superara la confusión de las circunstancias y ofreciera una salida. Pero no es fácil. Principalmente por la gran confusión que reina en el tumulto de buenas intenciones, y que requiere de mucho debate, rigor, y formación política para intervenir nada menos que en una crisis del sistema capitalista, en su hora senil, que impulsa a las nuevas generaciones a salir a la calle. Desde Sudamérica a Canada, desde Norteamérica al Mediterráneo. Nunca habíamos visto una revuelta con un alcance tan vasto. Y simultáneo. Todo es nuevo y nada es nuevo. Vuelve a hablarse de 1923 y de 1933, de la bancarrota y de la guerra. Es un régimen social el que se ha agotado. La última Feria del Libro en Madrid reveló el interés juvenil por el Manifiesto Comunista. Al comienzo de la crisis, el preferido en Frankfurt había sido El Capital. De uno al otro, la necesidad actual de dotarse de un programa de acción -que eso es el Manifiesto- importa un progreso. Este es el hilo de oro, que no hay que perder.

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